El viernes será el último día que Bill Gates vaya a trabajar como presidente ejecutivo a la sede de Microsoft. Gates, cofundador de la empresa informática junto a Paul Allen (los dos en la imagen, de 1981), seguirá en el consejo de administración, pero su actividad principal pasará a ser la filantropía. Coincidiendo con su retirada, en EEUU se ha reabierto el debate, excesivamente polarizado para mí, sobre la figura de Gates y su legado, con partidarios y detractores encendidos, alineados y con posturas irreconciliables. Sin lugar a dudas, Gates es la figura más polémica del sector informático.
Los defensores de Gates le definen como el innovador intelectual y apasionado, el revolucionario inventor del software, el impulsor de la estandarización, el mejor vendedor de la industria o el gran filántropo. Los detractores, que promueven páginas webs como Billysoft.org para "documentar los crímenes de Microsoft", sostienen que él, un arrogante y engreído que extingue a la competencia, se limitó a copiar y no inventó nada, salvo las prácticas monopolísticas que le enriquecieron.
A mí no me gusta ninguno de estos dos extremos. El Gates que más me interesa y que más destacable me parece es el empresario. Un joven que, como admite Steve Jobs (Apple), creó de la nada la primera empresa de software en la década de los 70 y que después supo ganar mucho dinero haciendo lo que más le gustaba. Asumió riesgos y cometió muchos errores, como cualquier empresario y, en parte, ya ha pagado por ellos. Las prácticas monopolísticas han sido perseguidas por las autoridades regulatorias, que han impuesto sanciones históricas a Microsoft. Ésta ha tenido que abrir sus productos a la competencia. Además, su dominio y su cuota de mercado cada vez es menos aplastante, gracias al éxito de compañías como Apple o Google o a iniciativas como el software libre. Su última batalla para hacerse con el buscador Yahoo! (que todavía no está muerta) es un ejemplo de la situación desesperada de la compañía de Redmond que, si fracasa, puede producir un efecto bumerán que beneficie a Google.
Aunque todavía es pronto para calibrar el legado definitivo de Gates, es innegable que tuvo espíritu emprendedor y supo convertir su pequeño negocio en una gran empresa como Microsoft que después salió a cotizar en bolsa. Ahora, el futuro de la compañía ya no está en sus manos, sino en las de su consejero delegado, Steve Ballmer, que todavía tiene mucho que demostrar.
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